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Soy ejemplo de imperfección

Soy ejemplo de imperfección
Identidad y sesgos inconscientes Liderazgo inclusivo

Últimamente he estado reflexionando sobre el estilo que, de manera intencional, quiero que caracterice mi liderazgo. Desempolvando material de desarrollo personal, me encontré con el perfeccionismo. 

Especialmente las mujeres, por las ya conversadas desigualdades de género, buscamos “la perfección”. Nos escudamos en que se trata de profesionalismo, o excelencia. Sentimos y pensamos que, si no es “perfecto”, es “mediocre”.  

“Mediocre”. ¡Qué palabra! Siempre me indigné de solo escucharla o escribirla. Nada peor que una persona “mediocre” o presentar un resultado “mediocre”, pensaba. Y a veces, todavía me encuentro pensándolo. Lo escribo entre comillas, porque un día descubrí que lo que yo consideraba un comportamiento o resultado “mediocre”, para la mayoría podría ser sobresaliente.  

¿Qué hay de malo con el perfeccionismo? 

El perfeccionismo, (entendido como la tendencia a establecer estándares excesivamente altos de desempeño en combinación con una evaluación posterior excesivamente crítica y una creciente preocupación por cometer errores), puede llevarnos a rechazar oportunidades laborales que percibimos como “riesgosas”, y a imaginarnos las consecuencias más catastróficas posibles de “hacerlo mal”. Como consecuencia vivimos con miedo, y padecemos ansiedad crónica y agotamiento emocional ante la presión de estándares inalcanzablesEl perfeccionismo daña nuestra autoestima y la autoconfianza. Hace que trabajemos y nos preparemos mucho más de lo necesario y sin descanso. Hace que nos desconectemos de nuestras emociones y necesidades personales, pone en riesgo nuestro bienestar, y poco a poco nos mata las ganas. 

¿Se puede alcanzar el éxito siendo imperfectas? 

Si bien a lo largo de mi vida me he atrevido a hacer muchas cosas sin ser “perfecta”, en la mayoría de los casos me esforzaba para alcanzar la famosa perfección en el proceso de hacerlo, experimentando las consecuencias. Obviamente me hubiera gustado saber a más temprana edad y a partir de referentes mujeres, que podía lograr resultados exitosos con menos autoexigencia y más autocuidado. Por esto quisiera en este post celebrar y visibilizar las muchas veces en las que tuve éxito gracias a la imperfección, compartiendo a continuación algunas experiencias.  

El ingrediente secreto: Dejarnos llevar por las ganas 

Entre el miedo (a lo que sea) y las ganas, recuerdo que siempre atendí a mis ganas. En la mayoría de los casos, aparecía la culpa, pero aún con culpa, avancé.  

Obedecí a mis ganas y me fui a estudiar en Francia economía internacional y finanzas, con apenas básicos, muy básicos, de francés. En el proceso descubrí que los tecnicismos, al menos en esta carrera, no eran tan difíciles de entender en otro idioma. El entendimiento lingüístico fue más fácil de lo que esperaba. Sí, perdí los primeros exámenes, pero fue por no haber entendido hasta ese momento las claves culturales, no las lingüísticas. Por supuesto, luego hubo tiempo para esos aprendizajes. Al final de la experiencia, obtuve de las mejores notas del grupo, y un francés sobresaliente. Que mantenga el nivel en el idioma hoy muchos años después, es otra cosa. ¡Tampoco esperen tanto! 

Con ganas y mucho sentido de aventura, me fui a negociar en los mercados de China – sin hablar chino y muy escaso inglés. Me fue bien. Logré pagar mi pasaje de avión, comprar mi primera laptop, y traer nuevos productos para los negocios familiares. Además de participar y aprender muchas cosas en el programa académico sobre cultura china – lo cual era lo que en un principio tuve ganas de hacer.  

Casi sin haber ejercido mi carrera profesional, me dieron ganas de cambiar de rumbo para lograr que mi trabajo y mi profesión estuvieran conectados con mis valores, mi propósito. Cambié las finanzas y la economía, por la diversidad, la interculturalidad, la equidad y la inclusión. Cero formación académica en el tema, apenas algunas lecturas, y algunas experiencias de vida intercultural, fue suficiente base para empezar a escribir sobre el tema y seguir investigando mientras Iceberg Cultures of Inclusion empezaba a tomar vida. Había personas que resonaban y aprendían con lo que escribía, me agradecían que lo hiciera, ¡y pedían más! 

Fui a dar mis primeras sesiones 1:1. Al principio sí, con miedo por los títulos de los cargos de quienes serían los participantes: Regional Director, Head of …, Country Manager, CEO. Pero con ganas. Sí, en muchos casos, me miraban y me trataban al inicio con poca credibilidad (tanto por sesgos de género como por edad), pero al muy poco tiempo, el trabajo y la dinámica mutua era mágica. Sentí respeto y valoración hacia mi persona, mi profesionalismo, mis conocimientos y experiencias, y mi capacidad para aportar a sus propios desafíos.  

Sin saber cómo hacerlo de manera asertiva, y por lo tanto haciéndolo de manera (muy) torpe, me atreví a reclamar el crédito por mi trabajo, a negociar acuerdos, a pedir el liderazgo de los proyectos que me interesaban y para los que estaba lista, y otros tantos “reclamos” más. Obtuve lo que pedía, porque era lo justo, y porque tenía ganas. En estas situaciones, recuerdo que el miedo era muy grande, parecía incluso más grande que las ganas. Pero con esfuerzo, decidí darle el poder a mis ganas.  

Me atreví a soñar y a inventarme cosas para llevar a los clientes. Las ganas me llevaron a prometer cosas que ¡ni siquiera había probado antes, o que no sabía hacer hasta ese momento, y que no sabía si funcionarían! Desde e-learnings, muestras artísticas, juegos, actividades. Sí, muchas veces pensé “¿en qué momento se me ocurrió prometer que haría esto? ¿en qué pensabas Shirley?” – al final, funcionaron, ¡y muy bien!   

¿Y qué pasa cuando no hay ganas?  

La clave es volver a conectar con nuestros deseos y necesidades. Como decía al inicio, la misma perfección a veces nos mata las ganas. Así mismo, momentos complicados que atravesemos en la vida pueden hacer parecer que no hay más ganas. Pero si nos esforzamos en conectar con lo más profundo de nuestro ser, con lo que es realmente importante para nosotras, poco a poco aparecerá de nuevo la llama.  

Sin haber liderado un equipo antes, y sin ganas de hacerlo, terminé armando uno. Decidí confiar en que con el tiempo aparecerían esa motivación para liderar, ya que básicamente era indispensable para poder seguir atendiendo a mis deseos y necesidades, además de mi propósito. Recuerdo que les dije: “no sé liderar, nunca lideré un equipo, nunca tuve líderes, nunca vi como hacen otros, nunca me capacité para esto. De hecho, a veces siento que tampoco quiero, pero vamos para adelante – necesito su apoyo y comprensión en el proceso, porque sola no puedo. ¿por dónde empiezo?”  Hoy somos un equipo global y multicultural exitoso, al que a veces logro direccionar correctamente, inspirar y motivar, y a veces no. Este equipazo, hoy me da muchas ganas.   

Y pues después de todo esto, y aun con residuos del síndrome de la impostora, sostengo que se puede liderar desde la imperfección, y que deseo seguir modelando la imperfección. Que podemos lograr más éxitos siendo imperfectas, y que todo puede ser mejor aún si actuamos desde del autocuidado. La salud mental y nuestro bienestar son más importantes que ser perfectas.  

Por último, ¡no te confundas! 

A veces el rechazar oportunidades o no animarnos a hacer cosas nuevas para evitar el estrés que nos conlleva, nos puede hacer creer que estamos preservando nuestra salud mental, cuando en realidad lo que hacemos es permitir que el mandato de la perfección y nos siga gobernando y siga dañando nuestra autoestima y autoconfianza. Recordemos conectar con nuestro deseo y con lo que es realmente importante a la hora de decidir tomar o no ciertas oportunidades. Recordemos cultivar un diálogo interno amable y comprensivo, tratándonos a nosotras mismas con la misma gentileza que ofreceríamos a una persona amiga. 

Entonces, ¿te animas junto conmigo a ser ejemplo de imperfección como camino al éxito? ¿te animas a dejarte llevar por las ganas? 

Shirley Saenz (ella/she)
Shirley Saenz (ella/she)

CEO - Cross-Cultural, Diversity, Equity and Inclusion Expert
Shirley es la Directora de Iceberg y Expert Panelist de los Global, Diversity, Equity & Inclusion Benchmarks (GDEIB). Cuenta con más de 12 años de experiencia en el mundo corporativo y en 10 países de América Latina. Certificada en liderazgo inclusivo, inteligencia cultural, y benchmarks globales de DEI. Shirley tiene un profundo conocimiento de la diversidad cultural de América Latina y experiencia suficiente facilitando conversaciones estratégicas en DEI con niveles directivos y de liderazgo.

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