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¿Por qué seguimos negando la desigualdad de género?

¿Por qué seguimos negando la desigualdad de género?
Comunicación inclusiva Equidad de género

Hace pocos días viajé a otra ciudad por trabajo y cuando me subí a un taxi a la salida del aeropuerto, el conductor me preguntó que venía a hacer. Le comenté que estaba yendo a dictar un taller sobre equidad de género, y él, de un modo muy genuino y despreocupado me dijo: “¿y eso? ¿para qué? Si hoy ya no hay desigualdad entre varones y mujeres”.


Con apenas 3 horas de sueño y una jornada larga por delante, elegí no exponer exhaustivamente mis argumentos. Sin embargo, por la mañana, entre los y las asistentes a mi taller, surgieron las mismas inquietudes.


Estas preguntas, de una incredulidad muy honesta, son, en definitiva, el sustento argumental de mi trabajo. Estas preguntas exponen que aún habitamos sociedades donde la desigualdad de género es invisibilizada o minimizada. Y no sólo eso, sino que vivimos en una sociedad donde los reclamos por equidad de género continúan siendo asociados a un capricho de mujeres disconformes o con posturas radicales, o a una moda colectiva que sólo procura llamar la atención o adoctrinar juventudes. Estas preguntas, en realidad nos ilustran que el desafío de educar en materia de diversidad, equidad e inclusión sigue siendo enorme y necesario.


Y he aquí mi principal preocupación. ¿Por qué ante una abrumadora, sólida, preocupante y objetiva evidencia que ilustra la persistencia de la desigualdad de género en nuestras sociedades, aún existen personas y sectores que insisten en negarla?


Existen múltiples estudios de reconocimiento internacional que evidencian la desigualdad de género en todas las dimensiones de la vida social y privada. Indicadores como los que nos permiten medir nivel de ingreso, acceso a la educación, al empleo formal, a posiciones de decisión, a la propiedad, a servicios financieros, indicadores de violencia intrafamiliar y sexual, y culminando con uno de los datos más alarmantes como lo es la tasa de femicidios, nos grafican que las mujeres aún experimentamos una desigualdad económica, política, social y cultural que es de carácter sistémica y estructural. Sin embargo, como dice Guadalupe Nogués, los hechos nos muestran que, si bien la evidencia es necesaria, no es suficiente cuando la discusión es ideológica.


Existen mensajes que atraviesan con fuerza el imaginario colectivo, reafirmando que tal desigualdad, estudiada y medida a nivel global, no existe o “no es tan así”. Que la desigualdad de género es un problema de otro tiempo, que ya ha sido resuelta y que los reclamos que aún se sostienen, son exagerados.


Frente a esto, para mí es inevitable intentar entender por qué ocurre esta suerte de “negacionismo” de género. Fundamentalmente por el riesgo que conlleva negar una problemática cuyo impacto es nocivo en términos individuales, pero también sociales.


Aquí van algunas de las explicaciones que sobrevuelan en mi mente:


Desinformación

Los medios de comunicación, en tanto formadores de opinión y constructores de sentido, a menudo continúan reproduciendo públicamente mensajes que refuerzan y legitiman discursos ignorantes, machistas y/o violentos. Mientras la evidencia y el trabajo realizado por organizaciones profesionales pasan inadvertidas en los medios, priman mensajes de odio de personas individuales que hablan desde una opinión desinformada y orientada a reforzar prejuicios y mensajes discriminatorios.

Por ejemplo, es común observar que se utilizan conceptos o se transmiten mensajes erróneamente. Un caso paradigmático es lo que sucede con la palabra feminismo, donde se ha reforzado la idea de feminismo como contracara del machismo, lo que ha llevado a que las personas le otorguen una mirada peyorativa a quienes se asumen como feministas. Esta confusión fomenta una lectura de la realidad sesgada y polarizada, donde se busca instalar la idea de las mujeres como enemigas de los varones.



Falta de educación con perspectiva de género

Sin información y sin acceso a una educación inclusiva, integral y libre de estereotipos, se limita la posibilidad de que las personas puedan problematizar, desde su infancia, aquellos sentidos comunes arraigados que reproducen miradas estigmatizantes y violentas de la diversidad. Resulta fundamental procurar igualdad de trato y oportunidades para mujeres y varones desde la niñez, y promover saberes y habilidades para la toma de decisiones responsables, críticas y respetuosas en las relaciones interpersonales.


Resistencia al cambio

Ante situaciones de cambio el ser humano siente miedoLa primera reacción a lo distinto suele ser el rechazo o la resistencia, porque nos sentimos amenazados cuando enfrentamos ideas contrarias a las propias, y por eso actuamos a la defensiva. De este modo, cualquier mensaje que ponga en tensión mis propias creencias o educación, es interpretado como una amenaza a mi integridad, un ataque a quien soy, a mi identidad. Esto se traduce en posturas dirigidas a desacreditar o atacar esos argumentos no compartidos, sin habilitar ningún espacio para sostener conversaciones críticas y plurales que fortalezcan el debate para una convivencia respetuosa. Cada discusión se convierte en una discusión entre el bien y el mal, el diálogo desaparece y el acuerdo y la reflexión se vuelven imposibles.


Temor a la pérdida de privilegios

Hablar de cambio cultural, desigualdades y privilegios, es algo que incomoda. De hecho, algunos hombres erróneamente creen que los beneficios a los que accederían las mujeres si trabajamos por la equidad de género, implicarían grandes pérdidas para ellos. Esto sucede fundamentalmente porque los hombres aún desconocen lo que pueden ganar con la equidad de género. Y al mismo tiempo, ignoran los costos que han estado asumiendo, o sacrificios que han tenido que hacer, a causa de los estereotipos de género.


Desigualdad multidimensional

El esquema de pensamiento sobre el que se sustenta la organización social patriarcal, además de llevar consigo siglos de consolidación, cuenta con un entramado perfectamente organizado y estructurado en múltiples niveles, que garantiza que su transformación sea extremadamente compleja. La educación, la economía, la religión, la justicia, el trabajo y muchas otras tantas instituciones sobre las que se sustenta la organización social moderna, se asientan sobre esta lógica de pensamiento y la refuerzan. En ese sentido, y dada la complejidad de este sistema, se requiere de un abordaje multidimensional, para impulsar una transformación estructural e integral. No basta con esfuerzos aislados, estancos o individuales.



En definitiva, si aún resulta complejo para gran parte de nuestra sociedad visibilizar la desigualdad de género y dimensionar su impacto, es porque existen múltiples barreras tanto a nivel individual como social, que demandan de un cambio cultural sustantivo para ser sorteadas.


Y he aquí una mala y buena noticia a la vez. La cultura, en tanto sistema de valores, normas de conducta e interacción social, la construimos las personas. Esto significa que no es algo determinado sino construido y que, por ende, se puede cambiar. Y aunque no es una tarea fácil, el primer paso, es entender que con la desigualdad de género perdemos todas, todos y todes.


Agustina Valsangiacomo
Agustina Valsangiacomo

Gerente de consultoría y Formación en DEI
Agustina es Licenciada en Ciencia Política y Magíster en Administración y Políticas Públicas.
Diplomada en Gestión Estratégica DEI en organizaciones y cuenta con estudios de posgrado en
evaluación con enfoque de género y gestión de organizaciones sociales.
Especialista en diversidad e inclusión, con formación multidisciplinaria y 10 años de experiencia en
planificación y ejecución de proyectos inclusivos en organismos de gobierno, la sociedad civil y el
sector privado.

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